Uno de mis planes favoritos cuando visito Colombia es salir con mi mamá a caminar entre los almacenes de Bogotá, casi siempre después de comer en alguno de nuestros restaurantes favoritos. Fue en una de estas caminatas que me encontré a Wonder For People, hace ya más de un año. Con sus coloridos diseños y un lenguaje visual que resalta algunas de las tradiciones del país, es difícil no sentirse atraída por los diseños de la marca. Pero lo que verdaderamente enamora es su misión: la de cambiar vidas, como lo cuenta Makis Medina, fundadora de la marca. En esta entrevista, Makis nos da un recorrido por la historia de Wonder For People, nos enseña la importancia de permanecer cuando se trabaja con comunidades artesanas, y nos inspira a usar la modaSegún la política editorial de Fashion Theory: The Journal of Dress, Body & Culture, la moda es una "construcción cultural de la identidad encarnada." Como tal, la moda abarca una... Ver más como una excusa para cambiar las condiciones de vida de grandes creadores que viven en nuestra región.
¿Cómo empezó tu camino en la moda? ¿Cómo nació Wonder For People?
Yo vivía en Europa y en el año 2015, Francisco (mi marido) y yo tomamos la decisión de regresarnos a Colombia, básicamente movidos por el tema del proceso de paz. Francisco es economista y yo tengo un doctorado en sociología y política. Antes de irme a Europa siempre trabajé con comunidades en condición de vulnerabilidad, en procesos de desarrollo rural, con indígenas; trabajé con Naciones Unidas, con la Alcaldía de Bogotá, con el Ministerio de Interior. Y Francisco siempre se ha dedicado a los negocios. Cuando tomamos la decisión de volver a Colombia, sentíamos que era un momento maravilloso para devolver un poco al país esos privilegios que nosotros habíamos tenido. Entonces nos vinimos a vivir en Barichara, un pueblo en las montañas de Los Andes, a 7–8 horas de Bogotá, en donde teníamos una casa.
Nos vinimos y empezamos diciendo que no queríamos tener ideas prefijadas. Aquí empezamos a caminar (somos muy buenos caminantes) y fuimos identificando una comunidad campesina con la que empezamos a trabajar procesos básicamente de desarrollo rural. Pero la idea era trabajar con las comunidades con una metodología que llamamos “perspectiva”, que era un poco como imaginar el futuro y buscar qué oportunidades buscaban ellos. Y así construimos una corporación que se llama Terra Innova. Ahí hay una línea de agroecología, de producción orgánica, tenemos una marca de café comunitaria, hacemos ejercicios de restauración y recarga de las quebradas porque las fuentes hídricas aquí son pocas; aquí el agua es muy escasa. Y trabajamos también en una línea de turismo comunitario.
Pero en ese transitar tuvimos la oportunidad de conocer y usar los chocatos. Los chocatos son unas alpargatas que usan los campesinos de esta región, hombres y mujeres. La capellada es blanca y está bordada en negro. Cuando empezamos a usarlos, me di cuenta que son muy especiales, entonces empecé a hacer un trabajo un poco de etnografía sobre el objeto. Empecé a entrevistar a los campesinos para entender un poco el significado que tienen esos zapatos para ellos, las historias. Me di cuenta, por ejemplo, de que las familias eran numerosas y cuando bajaban al pueblo, a cada niño le entregaban sus chocatos. Pero, como los niños no bajaban con tanta frecuencia, entonces a los 6 meses ya no les quedaban buenos sus chocatos entonces chancleteaban… y así nos encontramos con unas historias maravillosas. Pero lo que es más interesante es que los usan hombres, mujeres, niños, todo el mundo. Son comodísimos y son una belleza.
Yo empecé a ver en el pueblo (porque yo vivo en una vereda cercana) que la gente que venía de visita los compraba. Todo el mundo estaba encantado con sus chocatos y yo no entendía el producto por qué no había tenido una figuración más allá de eso. Y empecé a hacer un estudio, a hacer entrevistas para a identificar quiénes lo hacían y quiénes estaban en el comercio. Ahí identifiqué algo que parece obvio pero que era tenaz: los chocatos los venden en el pueblo súper baratos, pero, al final, ¿quién paga el precio de los chocatos?
Ahí fue donde me fui metiendo con los artesanos y la realidad de ellos es que trabajan en condiciones súper vulnerables, su trabajo no es valorado, tienen serias dificultades en términos de producto, de manejar estándares de calidad, de acceso a materias primas, de identificar el valor agregado para sus productos… y pues ni hablar de canales de comercialización. Al final estas tienditas artesanales les compran por 3 pesos y ellos lo venden pero el riesgo, además de que sus condiciones son muy precarias, es el tema de que no se transmite el conocimiento de generación en generación. La gente cada vez quiere hacer menos, la gente joven tiene otros planes, primero porque no es lucrativo y segundo porque es un esfuerzo el trabajo y al final no pasa nada.
Empecé luego a identificar grupos de mujeres en Charalá, que es otro pueblo aquí cercano, y Curití, en donde trabajan fique. Y me di cuenta de que aquí hay un universo maravilloso.
Esta región fue poblada por los Indios Guane. Según todos los documentos históricos, los Guane eran un pueblo de los Muiscas pero sólo llegaban hasta la frontera con Boyacá, a donde llevaban sus textiles y sus tejidos para intercambiarlos con sal. Era un pueblo básicamente tejedor, que manejaba como tintorerías. Está muy extinguido pero la Universidad de Los Andes tiene algunos trabajos sobre los Guane que son muy bonitos. Y yo siento que en esta región queda mucha herencia de eso que fueron ellos. Aunque los indígenas ya no estén y haya habido mestizaje casi total y el pueblo Guane está “extinguido”. Hay uno o dos que dicen que quedan, uno de los cuales es cacique en teoría, pero, en la práctica, es maestro de obra. Entonces es muy difícil identificar esa cultura ya extinguida.
Pero ahí arrancamos.
¿Cómo pasaron de este proceso de observación a trabajar, de verdad, en lo que es hoy Wonder For People?
Empezamos a experimentar con tintes naturales, dado que aquí hay tanto conocimiento de eso. Y me llevé unos chacatos para Bogotá, pero sin tener ni idea qué iba a pasar; la verdad yo no sabía nada. No tenía ni idea. Y a la novia de mi hijo le parecieron divinos y me preguntó si los podía llevar a la agencia de publicidad en donde trabajaba. Al otro día ya había vendido los 30. A mí me pareció rarísimo pero ahí fue que empecé a estudiar de moda, porque yo de lo que sabía era de procesos productivos. Para mí el tema de la pobreza es todo un desafío porque honestamente me niego a aceptar que en un país como éste, lleno de oportunidades y de riquezas naturales, tengamos tantas condiciones de pobreza. Entonces me puse a estudiar porque pensé que un sector podría ser moda. Pero no tenía ni idea; y todavía no tengo mucha idea, la verdad.
Ahí empecé a darme cuenta de que había una tendencia creciente. Ahora, post-Covid, que ya he estudiado mucho más, tengo más claro que la gente quiere cosas naturales, volver al origen. Pero en ese momento yo ni siquiera sabía; sólo me había dado cuenta de que había un nicho que estaba ahí. Y todo fue confluyendo de una manera impresionante. Mi vecina es francesa y a ella también le había parecido espectacular el trabajo. Ella me contactó con Rocío Arias Hoffman, la periodista de La Silla Verde. Y Rocío me llamó a decirme que quería ver lo que estaba haciendo y conocerme y yo le conté, así como te estoy contando a ti. Ella me dijo que tenía que meterme en “Maestros Ancestrales”, que era un proyecto que tenía Artesanías de Colombia con la revista Fucsia. Y ganamos. Yo no sabía nada: nunca había entrado a un desfile, no sabía qué era una pasarela, no tenía idea de cómo hacer un moodboard… En ese momento, Diana Crump de Atelier Crump nos dijo que quería hacer una colaboración y desfilar con nuestras alpargatas.
¿Cómo evolucionaron de estas ideas o pasos iniciales hacia la creación de la marca que tienen hoy?
Después de el proceso con “Maestros Ancestrales”, nos sentamos con Pacho y dijimos que, si nosotros de verdad íbamos a hacer una marca, teníamos que hacer un estudio juicioso. Entonces contratamos a unos expertos en marca y trabajamos con ellos como 6 meses. Dos de ellos vivían en Bari y dos en Bogotá; con ellos empezamos a definir cómo trabajábamos aquí con las comunidades, como queríamos hacer. A mí al principio el nombre me parecía jartísimo porque era en inglés, pero después entendí que la idea era apuntarle a un nicho de mercado internacional y que además el mismo nombre tuviera el propósito. Entonces al final quedamos llamándonos Wonder For People y ya no hay vuelta atrás; nosotros trabajamos una línea con presos en la cárcel y ellos le dicen “la Wonder” y me parece buenísimo.
Ya nos dimos cuenta que necesitábamos no sólo la marca, sino trabajar con un equipo que tuviera experiencia. Ahí contratamos a María de Sagarminaga, que venía trabajando en accesorios para Max Mara en Nueva York. Ella es la directora de Wonder For People. También necesitábamos urgente diseño y, en ese momento, Manuela [Sánchez] acababa de terminar en Savanna su maestría en calzado y accesorios entonces ella dirige el área de diseño. Y nosotros tenemos un taller, que lo dirige Alex [Gamboa], el diseñador industrial, porque no se trata sólo de que las cosas sean estéticas sino funcionales. Así empezó… y en el equipo ya somos 14 personas, ya tenemos dos tiendas nuestras (una en Bogotá y la otra en Cartagena), que están cerradas ahora, tenemos la parte de los canales digitales, y bueno, así ha ido creciendo.
El año pasado en octubre nos ganamos un premio entre 350 emprendimientos por impacto social y ambiental, por el tema del modelo de negocio. Estamos en este momento con la etapa de Covid pero parte del premio que nos ganamos fue una consultoría con el Boston Consulting Group (BCG) y eso fue un hit. Porque además arrancamos desde modelo de negocios, los clientes, las bases de datos de ellos, entonces como que cada vez fuimos entrando más en el tema de estrategia y trabajamos como unos locos que no te puedes imaginar. Al ritmo del Boston y como si fuéramos el gran emporio, que además me da risa porque nos pusieron 5 consultores duros en retail, consumo, moda… y con ellos trabajamos bastante y fue un premio maravilloso, porque ¡imagínate lo que es esa oportunidad!
El sector de moda también ha sido súper generoso con nosotros y hemos hecho muchas cosas gracias a eso. A medida que nos hemos ido ganando espacios, las marcas también nos llaman y hacemos ejercicios de colaboración. Por ejemplo, ahora entre las marcas que eligieron para el BFW estamos nosotros y hemos conocido colegas y otras marcas, haciendo colaboraciones varias.
Cuéntanos un poco más sobre el trabajo que ustedes hacen con comunidades de artesanos y su proceso de producción.
En este momento trabajamos con siete organizaciones artesanas, 3 comunidades son indígenas: 2 en el Putumayo, en Sibundoy y en Mocoa de indígenas Kamsá-Inga; una comunidad que se llama Wajapu, a tres horas de Maicao en La Guajira. También trabajamos con organizaciones artesanas rurales aquí en Barichara, en Charalá, en Curití y en San Gil. Y tenemos un taller en Bogotá, en donde se ensamblan los zapatos a partir del diseño y con las piezas que se han elaborado con las organizaciones indígenas.
La metodología de trabajo la hemos afinado cada día más. Inicialmente, se basaba en la experiencia que yo tenía del trabajo social con comunidades. Hay tres cosas que caracterizan ese trabajo: la escucha, la paciencia y la perseverancia. Se parece a un “design thinking” pero adaptado a nosotros; es una metodología propia. No hacemos ningún proceso si no es con cocreación. Es decir, las organizaciones artesanas no son proveedores nuestros, nosotros hacemos trabajo con ellos en donde trabajamos diseño, comunicación y condiciones de pago justas. La idea nuestra no es hacer una colección artesana una vez y ahí desaparecer; el gran desafío nuestro es permanecer porque somos un negocio que busca rentabilidad financiera pero, más importantemente, busca impacto social, ambiental, cultural y económico. Entonces nosotros no desaparecemos y el gran desafío de diseño siempre es buscar un portafolio más amplio y variado a partir de las técnicas.
El modelo lo que hace es básicamente conectar el diseño contemporáneo con comunidades artesanas y ofrece una metodología para trabajar bajo condiciones de respeto y de valoración. Eso se puede replicar con quien quieras.
Este modelo de negocio tiene tres cosas que son chéveres: incorporamos a una red artesana con labores artesanales diversas. Esa red trabaja en red, entonces puede que haya un producto en donde una parte es elaborada en Putumayo y la otra en la Guajira, por decir algo. Trabajamos con productos que tienen la capacidad de conectar al cliente final con el origen del producto. Estamos entrando en un proceso de tecnología chévere pero por ahora lo que tenemos son los QR con la etiqueta del producto, a partir del cual el cliente puede aprender más sobre el producto. Es un proceso que vamos a desarrollar cada vez más porque nos interesa que las comunidades aprendan a generar contenidos independientemente. Y el tercer aspecto es la capacidad de escalar y de réplica. Nosotros hemos crecido porque nuestro modelo permite recibir a más organizaciones artesanas y las metas que nos hemos puesto para los próximos 4–5 años son bastante ambiciosas, no sólo en el número de organizaciones artesanas, sino también en el impacto desde el punto de vista económico. Esto se enfoca principalmente en el punto de vista de minorías porque, entre los artesanos, priorizamos el trabajo con mujeres, con mujeres indígenas, con jóvenes. Una de las cosas que hemos encontrado (y que los datos del DANE y de Artesanías de Colombia lo confirman), es que la mayoría de los artesanos (como el 60%) tiene más de 40 años. El riesgo de que se extingan y se pierdan esos saberes es altísimo, entonces estamos incentivando el trabajo de los jóvenes entre los 18 y los 25 años. La mayoría de estos oficios se aprenden desde la casa, pero han sido poco interesantes desde el punto de vista económico, además de que tienen poca favorabilidad. Entonces estamos haciendo todos unos procesos para incentivar jóvenes para que esos oficios que son parte del patrimonio inmaterial de este país no se pierdan.
¿Cuál fue la primera colección? ¿Cuáles fueron los mayores retos? ¿Y lo más gratificante?
Nosotros empezamos en el 2015 pero no fue sino hasta mayo de 2018 que hicimos la primera venta de verdad (los primeros chocatos del experimento no cuentan), porque todo el tiempo estuvimos preparando productos, hormas… ¡es que el zapato es una cosa dificilísima! Pero lo que pensábamos era que si lográbamos pasar ese cuello de botella, después íbamos a tener menos competencia. Entonces le trabajamos mucho a la preparación antes de soltarnos al mercado. La primera colección la llamamos “Alegría” y de ahí ya trabajamos por colecciones y por cápsulas.
Uno de los mayores retos es el tema de conseguir recursos económicos. Nosotros hicimos una inversión muy alta en el equipo y ya en este punto tenemos la estructura para poder movernos mejor, pero esperar a que la inversión altísima empezara a generar retorno fue todo un desafío. Ahora nos ganamos un grant en Alemania y eso nos ha ayudado bastante porque el tema del Covid ha sido muy duro.
Y la mayor gratificación, indudablemente, es darnos cuenta de que sí es posible una lucha efectiva contra la pobreza, recuperar toda esta cantidad de trabajo artesano colombiano y poner ante el mundo todo ese patrimonio cultural que tenemos. Esa es la gratificación más grande: saber que sí es posible hacerlo. Sobretodo cuando nos dimos cuenta, en el 2019, a partir de un estudio que hicimos con el BCG, de que el 58% del ingreso de estos hogares dependió de nosotros (y comparado con el año anterior, que fue el 42%). Entonces tú te das cuenta de que puedes impactar a mucha gente si haces un trabajo súper comprometido, juicioso, con calidad… y bueno, ahí te vas moviendo. Yo creo que hay que tener la terquedad suficiente para persistir.
Hablando de eso, normalmente la pregunta que hacemos es ¿qué consejo le darías a alguien que está empezando en el mundo de la moda? Pero en este caso, también vale la pena preguntar ¿qué consejo le darías a alguien que quiere crear moda con impacto?
Mira, nosotros hemos llamado a Wonder For People una “moda que cambia vidas” porque para nosotros no solamente es el origen; somos conscientes de que al consumidor final lo estamos tocando, porque cada vez queremos una compra más informada. Y somos conscientes de que la gente quiere contribuir cada vez más a un mundo mejor. Tú tienes que cumplir con unos ideales estéticos porque esto no se trata de asistencialismo ni de comprar sólo por ayudar. Tú compras por una estética pero, después, cuando te enteras de nuestra historia, te enamoras de nosotros, Tú eres definitiva para nosotros porque tú puedes seguir dinamizando este círculo virtuoso. Entonces toda la cadena de valor se vuelve importante: no sólo los artesanos, ni diseño, sino que el cliente final es definitivo para este proceso.
A mí me abruma un poco dar consejos porque la experiencia de cada quien es muy diferente. Pero lo único que te digo es que uno tiene que estar absolutamente enamorado de esto, porque hay días en que uno piensa que nada se puede pero al día siguiente tú crees que todo es posible. Y tú persistes porque estás convencido de que es posible.
Y cuando, por ejemplo, me mandan la foto de la señora italiana que compró algo, ahí me doy cuenta de que lo único que necesitamos es tiempo y ya está. Mejor dicho: te aseguro que vamos a poder jugar un juego importante en el escenario internacional y vamos a poder llevar esta alma colombiana que es capaz de hacer las cosas bien. Eso es lo que les digo a los artesanos: “hermanos, no puede ser que el colombiano sea ‘chambón’; es todo lo contrario. Nos van a comprar porque somos colombianos y hacemos las cosas perfectas. El error lo podemos hacer entre nosotros pero somos la cara de Colombia ante el mundo y lo que cada uno de nosotros hace, representa a todos los demás.”
¿Cómo ves la moda de Colombia y Latinoamérica en el escenario internacional?
Yo insisto en que estamos en el cuarto de hora de un continente como este. Tenemos que dejar de copiarnos de la moda de Francia y de no sé quién porque ellos ya hicieron sus códigos. Nosotros tenemos la oportunidad, a través de la cultura, de generar cosas nuestras. Y estoy segura de que podemos jugar un papel súper importante en la orquesta de la globalización. Porque aquí hay talento de diseño, el que quieras; hay trabajo y oficios artesanos impresionante. Por ejemplo, esos tacones que nosotros hicimos sobre las máscaras ceremoniales de los Kamsá fueron idea del taita, que dijo que hiciéramos el maíz para darle la energía a la gente cuando camine. Y todas esas historias ¿de dónde van a salir si no es de un continente que está esperando oportunidades? Pero no podemos desfallecer, no podemos hacer cosas feas ni mal hechas, porque si no, no le pegamos.
Fíjate también en el ejemplo de Manuela. Ella dice que cuándo se iba a imaginar, estudiando en una universidad en Estados Unidos, que iba a terminar trabajando con una comunidad indígena de Sibundoy. Pero lo más chévere es ver cómo aprenden simultáneamente los dos; cómo se hace un diálogo horizontal. Y te das cuenta que, tanto los equipos de diseño, como las comunidades artesanas, son definitivos para lograr el producto final. Son igual de importantes.
¿De qué sirve la historia para diseñar hoy en día?
Yo creo que es definitiva. Creo que el enfoque histórico nos va a hacer entender, por lo menos en el caso de América Latina, toda esta fusión que tenemos de tantos orígenes para poder entender un montón de cosas que tenemos, que no sabemos de dónde vienen, pero que al final están ahí. Yo creo que una comprensión histórica de esta riqueza nos daría demasiada proyección.
Mira lo que yo te dije sobre los Guane. En la medida en que me he puesto a estudiar sobre ellos, he empezado a entender mucho de las cosas que están aquí casi que en el ADN de la gente. Y yo creo que el enfoque histórico en América Latina es importante porque esto ha sido tierra de muchos. Y tierra de mezclas, de combinaciones, de muchos territorios, regiones, países. Han pasado cuántas migraciones y cuántos grupos. Y yo creo que el enfoque histórico te da todo ese bagaje que te impulsa a entender. Yo creo que, sobretodo, es comprensión y reconocimiento.
¿Cómo podemos usar la moda para descolonizar Latinoamérica y avanzar hacia la igualdad y la diversidad?
Yo estoy convencida de que lo más disruptivo que tiene Wonder For People es que nos atrevimos a juntar dos realidades que parecen opuestas, pero que se complementan maravillosamente: pobreza y moda. Yo creo que la pobreza, como está concebida en América Latina, es una pobreza en renta. Pero no es una pobreza cultural: la riqueza cultural es inimaginable. Lo único que tú necesitas es que haya una remuneración justa por esa riqueza. Obviamente no la vamos a alcanzar a pagar con dinero porque es ancestral, histórica, tiene una cantidad de cosas. Pero por lo menos le permite al artesano, como diría Richard Sennett, ser artesano y seguir haciendo lo que quiere hacer. Como dice Martha Nussbaum: tú al final lo que quieres es tener oportunidades para hacer lo que te gusta hacer y lo que quieres hacer y sabes hacer. Yo lo que creo es que la diversidad cultural es demasiado rica; lo que no es rica es la renta porque la forma en la que están estructuradas estas sociedades latinoamericanas es muy inequitativa. Pero si nosotros logramos, a través de un vehículo que se llame moda, visibilizar esa riqueza cultural, que retribuya a las comunidades con pagos justos por sus quehaceres y sus conocimientos, pues ahí está listo. Yo estoy convencida de que es así; Wonder For People lo está haciendo y tenemos la evidencia de que es posible. Pero tienes que hacer cosas: permanecer, si quieres impacto. Tú no puedes ser sol de un verano y medirte tres meses y desaparecer de ellos porque las condiciones de vulnerabilidad son muy altas. Entonces necesitas reducir la vida de incertidumbre que viven y disminuir los riesgos. Y por eso fíjate que eventualmente se convierte en una cosa virtuosa para nosotros: como ellos saben que nosotros al final juntos podemos mantenernos, ellos hacen todo por cumplir.
Por ejemplo, el año pasado, cuando el paro del Cauca que tenía parada a Colombia entera, nosotros teníamos el 80% de la colección en el Putumayo. Y yo los llamé para ver qué hacíamos el día antes de que la colección tuviera que salir en Bogotá. Ellos hablaron con el cabildo y encontraron formas de que cada quien transportara los productos por pedacitos del trayecto. Así llegaron a Bogotá y nadie entendía lo que habíamos hecho. Y tengo una cantidad de historias increíbles con los artesanos.
¿Qué piensas sobre la apropiación cultural? ¿Cómo podemos diferenciar entre la inspiración y la apropiación?
A mí el tema sostenible y el tema de las comunidades me parece súper riesgoso. Yo te digo porque sé de marcas de moda serias que lo hacen bien y otras de las que, aunque tal vez no sé tanto, no me parece que lo hagan tan bien. Creo que es un riesgo muy grande porque parte del tema está en la forma en la que te acercas a las comunidades y lo que quieres de ellas. Para nosotros, por ejemplo, el respeto y la construcción de confianza son definitivos porque nosotros permanecemos, a diferencia de muchas marcas que van y mandan a hacer unos aretes en filigrana y nunca vuelven. Eso me parece que es fatal para los artesanos, pero esa es una concepción nuestra, la de permanecer. Cuando tú permaneces, lo único que podemos hacer para encontrarnos es que todos pongamos las cartas sobre la mesa: ¿qué soy yo como marca? ¿cuáles son mis valores? ¿cuáles son los tuyos? Y, ¿cómo vamos a construir una relación en el tiempo? Entonces, en ese tema de la apropiación cultural nosotros somos súper cuidadosos con todo. Casi que no usamos la simbología de ellos, a menos de que ellos nos lo autoricen por escrito.
Te voy a contar un proceso con Wajapu, con la comunidad Wayuu. Nosotros llegamos con la idea de hacer un trabajo que fuera disruptivo y que no fuera tan obvio. Los Wayuu son muy hábiles con la parte cromática, pero ya todo el mundo lo sabe, entonces queríamos hacer algo diferente. Con ellos concertamos unos talleres e hicimos unos encuentros en donde les contamos en qué nos queríamos inspirar y juntos hicimos unos códigos de relacionamiento —por ejemplo, la confianza, el respeto, la comunicación clara— y los definimos como los valores de nuestra relación. Luego optamos porque la inspiración iba a ser la Yonna, que es el baile que hacen luego del encierro de las mujeres y el ritual más importante [y sagrado] de ellos. Pero además es precioso porque ocurre sobre una pista de arena, bailan desde el atardecer, puede ser toda la noche. Entonces acordamos hasta los colores de la paleta: el rojo del atardecer, el arena de la pista, el negro de la noche. Acordamos el nombre de la colección: por qué se iba a llamar Wakúa, que en Wayuunaiki [idioma del pueblo Wayuu] quiere decir “nuestros pasos”, y cómo lo íbamos a abordar todo. Pero el grafismo que tienen las figuras bordadas son dibujos nuestros del sol, la luna, los truenos, que es lo que pasa durante la Yonna. Y con ellos concertamos todas las piezas de comunicación que iban a salir, los nombres, los costos de la colección. Nosotros, por ejemplo, jamás pedimos una rebaja. Tenemos en cambio un ejercicio de costos súper lindo, que es asignar precios que sean competitivos en el mercado al mismo tiempo que trabajamos con los artesanos los costos de transporte, materia prima, mano de obra. Sobre eso determinamos juntos si son viables o no los productos. Y cuando decimos “condiciones de pago justas”, no es sólo que les paguemos lo justo, sino que suministramos la materia prima y pagamos de contado para que ellos puedan invertir su trabajo pero que no tengan que financiar y pagar de su bolsillo, como pasa con tanta frecuencia.
Y por eso siento que la apropiación cultural nace cuando no construyes realmente una relación larga y cuando para ti la simbología de ellos es simplemente una cosa que te va a ayudar en tu estrategia de mercadeo, pero que no se basa en la construcción de relaciones de confianza a largo plazo. Por ejemplo, cuando nosotros hacemos diseños con ellos, hay cosas con las que ellos también se quedan. Y siempre acordamos que, dentro de una colección, hay productos que son para Wonder For People y hay otros en que les apoyamos el diseño a ellos para que ellos los puedan trabajar y vender. Pero hacemos unos pactos de confianza y acordamos que ni ellos van a sacar nuestro producto ni nosotros los de ellos durante un tiempo porque hubo pago justo, se concertaron acuerdos. La metodología de nosotros de trabajo no permite la apropiación cultural.
Y aun así hay cosas muy ruidosas. A nosotros nos ha pasado que aunque tenemos consentimientos informados de la gente, por ejemplo, el año pasado alguien que ni siquiera era de la comunidad nos quería demandar. Pero la comunidad también salió a defendernos. Y eso me hizo dar cuenta que no solamente son las marcas de moda las que tienen la responsabilidad, sino también las comunidades. Hay muchas que aprenden relaciones extorsivas muy aburridas. Yo también creo que nace mucho de la forma en que te aproximas a las comunidades y la forma en que mantienes la relación. Si uno construye una relación a largo plazo, no interesa abusar ni apropiarse de las culturas de los artesanos; es un diálogo horizontal de saberes en donde todas las reglas están abiertas. Y en donde la comunicación y la confianza van para ambos lados.
Por ejemplo, ahora con el Covid, lo primero que hicimos fue mirar quiénes son los creadores en nuestra cadena de valor y cómo han sido afectados. Y los más jodidos eran los indígenas. Entonces, aunque no queremos entrar en el asistencialismo, sí nos dimos cuenta que el tema en este momento era de hambre, de seguridad alimentaria. Entonces hicimos una campaña (que además no la planeamos mucho) en donde, por cada cosa que vendíamos, le entregábamos un porcentaje de nuestras ganancias directamente a ellos. Y así surgió otra campaña y se unieron más marcas y terminamos reuniendo como 140 millones de pesos colombianos (cerca de 38.000 dólares estadounidenses). Pero para nosotros ese tema asistencial es sólo dada la coyuntura; yo no quiero que mis amigos tengan hambre. Pero a mí no me interesa sostenerlos a punta de caridad porque ellos tienen dignidad en su trabajo y lo hacen maravillosamente. Y cuando lo hacen mal, también lo saben. Ellos tienen sus propios controles de calidad pero también saben que, cuando no cumple con nuestros estándares de calidad, pues se devuelve.
Cuando estuvimos en B-Capital, que fue cuando lanzamos los tacones con los diseños del maíz, hicimos unos prototipos con los artesanos para que ellos los trabajaran al crear el producto. Pero no quedaron muy bien y como ellos estaban en el Putumayo y nos iba a tomar tanto tiempo, pues yo les dije que dejáramos así y que para la siguiente colección nos enfocábamos en mejorar la calidad. Pero ellos insistieron, me llamaron con la mamá de uno de los artesanos, que me puso en altavoz para que todos pudieran hablar conmigo. Y me dijeron esta frase: “si los tacones no vienen al Putumayo, nosotros vamos hasta los tacones”. Y les dije que no, que estábamos a 18 horas en bus. Pues esa noche, dos personas cogieron un bus y al otro día estaban en el taller de nosotros. Entonces lo que yo digo es que el valor de la palabra, del compromiso, eso al final dinamiza cualquier cosa. Pero también ellos saben que ahorita hubo crisis y nosotros hicimos lo que pudimos para conseguirles mercados y que les llegaran. Al final es una cosa en doble sentido.
Cuando tú lo miras desde afuera, la apropiación cultural es algo súper difícil y muchas marcas lo usan como una estrategia más de mercadeo, pero al final lo que es veraz termina por subsistir y, lo que no, se caerá solo. Mejor dicho, es una relación de iguales. Pero eso nace de la concepción que tú tengas. Nosotros sabemos que la moda, aquí, para nosotros, es un pretexto para cambiarle la vida a la gente. Lo que nos interesa es cambiar la vida de la gente. La moda es sólo una disculpa. Y ha resultado ser un medio súper eficiente. Pero es la disculpa.